lunes, 16 de mayo de 2011

AMOR A LOS 14. CAPÍTULO 8

Hoy he escrito en un papel lo que siento. Dicen que una de las mejores maneras para desahogarte es soltándolo todo en una página en blanco. Y eso he hecho. He cogido una libreta, un bolígrafo de tinta azul y me he tumbado en la cama dispuesta a dejar libres cada uno de mis pensamientos. Ha resultado, ya que durante varios minutos no he dejado de escribir ni un instante. Uff. Lo necesitaba.
Para que nos vamos a engañar, no estoy bien. Nada bien. Y es que las cosas han cambiado mucho en tan solo un día.
Cuando me desperté esta mañana lo primero que hice fue mirar el móvil por si Adrián me había dejado algún mensaje o me había llamado. Nada. Ayer desapareció después de recibir aquel SMS y no volvió a dar señales de vida. Somos vecinos, ¿debería de haber ido a su casa a preguntar qué le había pasado? Quizá. Pero todavía no me había quedado muy claro que éramos y que derechos y obligaciones tenía con él. Así que me aguanté y me fui a la cama triste. Hasta me entraron ganas de llorar. Me gusta mucho ese chico y que se marchara así, sin dar explicaciones y no volviera a llamarme, me afectó de verdad. Observaba el móvil cada dos minutos deseando que sonara, que fuera él. Que sensación de angustia tan enorme. Me preguntaba qué estaría haciendo, por qué no se ponía en contacto conmigo. ¿No lo habíamos pasado bien juntos? ¿No me merecía algunas respuestas? Yo creía que sí. Aunque no fuéramos novios todavía. Aunque solo fuéramos compañeros de clase con los sentimientos confusos. Aunque fuéramos amigos y nada más. Pero después de lo que había ocurrido entre ambos durante el fin de semana, lo menos que me merecía era una llamada. Sin embargo, esta no se produjo.
Esta mañana, mientras me dirigía hacia el instituto, deseaba con todas mis ganas encontrármelo en el camino. Abrazarle, besarle. Cogerle de la mano y reírnos en silencio. No reprocharle nada, sino simplemente, seguir con lo nuestro. Nuestra historia. Soy tonta, lo sé. Pero mis intenciones eran esas. En cambio, ni rastro de Adrián. ¿Estaría ya en clase?
No. No estaba. Y tampoco asistió a la primera hora. Ni a la segunda. Ni apareció en la tercera. Ahora sí, empezaba a preocuparme de verdad. ¿Y si le había pasado algo serio? Estuve a punto de marcharme en el recreo, pero tampoco tenía demasiado sentido que lo hiciera. ¿Cómo iba a justificar mi falta de asistencia? Entonces, y aunque está prohibido usar los teléfonos en el recreo, decidí llamarle. Me escondí en el gimnasio después de asegurarme de que no había nadie. Y lo llamé. Dos, tres veces. Me estaba volviendo loca. Siempre la misma respuesta. El número al que estaba llamando estaba apagado o fuera de cobertura.
¡No me lo podía creer!
Adrián se había esfumado. Había desaparecido de la tierra.
Sentada en una montaña de colchonetas le daba vueltas a la cabeza. Intentaba buscar algo que se me hubiera pasado por alto. Era tal mi locura que hasta me planteé las posibilidades más surrealistas. ¿Lo habían abducido los extraterrestres? ¿Se había fugado de casa? ¿Y si Adrián realmente no existía y era todo fruto de mi imaginación?
No. ¡Todo aquello era imposible! Y yo me estaba volviendo loca de verdad.
Retrocedí en el tiempo y analicé la situación. Y la conclusión a la que llegué es que las dos veces que Adrián desapareció y se comportó de manera extraña fue tras recibir aquellos misteriosos mensajes en el móvil. Ahí estaba la clave. ¿Quién se los enviaría y qué dirían?
En esas reflexiones estaba cuando la puerta del gimnasio se abrió. Rápidamente, me levanté y me escondí detrás de la montaña de colchonetas. Lo único que me faltaba es que el profesor de educación física me pillara allí en la hora del recreo. Sin embargo, pronto me di cuenta de que no era una, sino dos personas las que entraron. Se reían y hablaban en voz baja. Y luego... ¿besos?
¿Aquello era lo que parecía? ¡Sí! ¡Una pareja se había metido en el gimnasio para enrollarse allí dentro!
Rezaba para que no vinieran a las colchonetas. Si algo lo deseas mucho... se supone que se cumple. O no. Porque la parejita no tuvo en cuenta mis súplicas y se dirigió exactamente hacia donde yo estaba. ¡Madre mía! ¡No quería presenciar nada de lo que no estaba invitada a presenciar! Me di la vuelta y me tumbé en el suelo para que no me vieran. Los chicos sin ningún tipo de pudor, se echaron en la colchoneta de arriba y comenzaron a besuquearse. Y yo al lado, tumbada y muerta de vergüenza. ¡Qué marrón tan grande!
¿Duraría mucho aquella fiesta? El timbre que anunciaba el final del recreo no tardaría en sonar.
Cerré los ojos y volví a rezar. En esta ocasión imploré para que solo hubiera besos. Que no pasaran a la siguiente fase, por favor. Mi vida estaría marcada para siempre por aquella pareja si decidían dar un paso más. Pero afortunadamente, el timbre sonó. ¡Salvada por la campana!
Los chicos se dieron los últimos besos y riendo se levantaron. Menos mal, fin a la pesadilla. Aunque en ese momento, que ya no había peligro, sentí curiosidad por saber de quienes se trataba. Muy despacio me fui incorporando y me asomé por uno de los costados de la montaña de colchonetas. Y entonces, me quedé blanca. Mira que eso es difícil, porque mis pómulos siembre están sonrosados. Menuda sorpresa...
El chico era nada más y nada menos que mi ex: Pablo. Se estaba peinando con las manos cuando lo vi. Sonreía y resoplaba jadeante. Y ella... ¿la chica del cine? No. No era Susana, la tía más buena de mi clase. Ojalá lo hubiera sido. Sin embargo, a quien descubrí metiendo la mano en el bolsillo trasero del vaquero de Pablo fue a Alicia.
Alicia y Pablo...
¿Cómo me podían hacer algo así? Mi mejor amiga y mi único ex novio. El chico que hasta hace dos días me hacía dudar si lo quería y la chica que sabía todo de mí, con la que había compartido tantas cosas en estos años.
Tardé en reaccionar. Hasta tal punto que perdí la siguiente clase. A lo de Adrián, había que sumar lo que acababa de ver. No comprendía nada. ¿Desde cuándo se liaban esos dos? ¿Era una venganza por lo del sábado? ¿Estaban saliendo o solo era un rollo ocasional?
Bah, Qué mas daba. Yo no tenía derecho a juzgarles. Aunque me hervía la sangre, no podía prohibirles que estuvieran juntos. Si se querían, era su problema. Sí, un gran problema, porque aquella relación no tenía ningún futuro. Sabiendo como es uno y como es la otra, no durarían nada.
La hora pasó. Mi estado de ánimo estaba por los suelos. No puedo negarlo. Pero debía volver a clase. Tal vez, Adrián estaría ya allí. Eso me daría ánimos. Y con ese mínimo de esperanza salí del gimnasio y regresé a mi aula.
Nueva desilusión. El chico del que me estaba enamorando seguía desaparecido. Su asiento estaba vacío. Alicia me miró desconcertada al verme. Como el profesor ya había entrado en clase, no pudimos hablar nada, pero con gestos, me preguntó que donde me había metido. No le respondí y giré la cara hacia otro lado. Estaba muy enfadada y también preocupada, así que permanecí toda la hora comiéndome la cabeza.
Adrián, Pablo y Alicia... todos se habían puesto en mi contra. ¡No era justo!
Quería gritar, explotar. Decirle a todos que no se rieran de mí. Yo no había hecho nada malo. Alguien tenía que pagar mi rabia. Y fue... mi amiga.
Alicia se acercó en el último intercambio de clase. Quiso saber donde me había metido en la hora que había faltado. No le respondí al principio, pero cuando me dijo que si me pasaba algo que no tenía buena cara... no me pude contener. Le solté todo lo que había visto en el gimnasio y le grité que si aquello era una especie de venganza. Hasta le insinué que ella se había convertido en el segundo plato de los chicos que yo no quería. Ella no respondió nada. Se marchó a su asiento en silencio y permaneció el resto de la clase mirando hacia ninguna parte.
Que mal me sentí. Me fui arrepintiendo de todo lo que le había dicho en cada minuto de la siguiente hora. ¿Cómo había podido hablarle de esa manera?
Y lo peor fue que no pude disculparme. Al sonar el timbre, mi amiga salió corriendo y no me dejó que me acercara. Había metido la pata una vez más. Y estaba vez era grave.
Pero la mañana y los sobresaltos no habían terminado.
En el camino de vuelta a casa, lo vi. Sí, era él. Estaba sentado en un banco del parque cercano a casa. ¡Adrián! ¡Por fin! Pero no estaba solo. Una chica muy guapa le acompañaba. Los dos estaban hablando, muy juntos. Como una pareja.
¿Qué hacía?
Ya no sabía que sentía. Estaba confusa, triste, cansada de todo y de todos... pero saqué fuerzas y me acerqué hasta ellos. Quería una explicación.
Suspiré, me subí la mochila y apreté los dientes.
Antes de llegar hasta ellos grité su nombre. ¡Adrián! Él me miró y ella también. La observé más de cerca. Era una chica preciosa, pero lo más curioso es que aunque no la había visto en mi vida, me resultaba algo familiar. Enseguida, supe el motivo.
Aquella chica se parecía a mí. Por tanto, no podía tratarse de otra que de Lidia, la ex del chico que me gustaba.

4 comentarios:

  1. me estoy enganchando a esta historia,no me pierdo ningun capitulo!!!!!! jajaja

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  2. necesitaba una historia de amor de francisco de paula mientras esperaba CC1B

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  3. Las cosas no le pueden salir peor y justo a parece la ex, que inoportuna, bonito nombrexD

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  4. Me encanta !
    De verdad es una historia genial !
    Te mereces alguna recompensa
    Un beso.

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