¡Menudo domingo!
Creo que con mi vida podrían hacer una película o una novela juvenil. Y es que las casualidades no paran de sucederse. ¿Es cosa del destino? En este caso, creo que más bien ha sido cosa de mi madre.
Hoy me levanté bastante tarde. Tenía mucho sueño porque anoche me costó dormirme. Normal. Los besos con Adrián, la pillada a Pablo, el enfado de Alicia... todo pasó muy deprisa y de una forma inesperada. Demasiadas cosas en mi cabeza. Por mucho que le ordenaba a mi mente que descansara, ésta era incapaz de relajarse. Ni contando ovejitas, ni escuchando música tranquila... nada. Imposible. Me dormí cerca de las cuatro de la madrugada. Así que hasta las once y media no me he levantado.
Mientras desayunaba, mi madre me contó que ayer habló con Eva, la vecina. Sí, la madre de Adrián. ¿Mi suegra? Suena muy raro llamarla así. Soy muy joven para tener suegras. Sin embargo, si empiezo a salir con él, esa señora se convertirá en eso. ¿No? El caso es que las dos conversaron animadamente y decidieron que hoy comeríamos las familias juntas. ¡Día de paella en el jardín!
Por un momento, pensé en que esto podría parecer la típica comida familiar planeada entre los padres del novio y de la novia. Pero cuando Eva y mi madre hablaron ni siquiera nos habíamos besado. ¡Qué casualidad! Justo el día después de liarnos, ya tenía que comer con su familia. Raro, ¿no?
A decir verdad, tampoco era tan mala idea. Podría volver a estar con Adrián. Aunque no sabía exactamente como comportarme. Después de lo de ayer, ¿éramos novios? Lo estuve pensando el resto de la mañana. Y solo estaba segura de una cosa: fuéramos lo que fuéramos, mis padres y los suyos no podían enterarse de nada.
Cuando sonó el timbre de mi casa, me puse muy nerviosa. Mi madre me gritó que abriera y yo corrí hasta la puerta, no sin antes tropezar con una doblez de la alfombra y casi estrellarme de cabeza contra el suelo. ¡Qué torpe! Por esto, cuando abrí, estaba colorada, una vez más, como un tomate. ¡Con lo mona que me había puesto! Había sacado del armario un vestido precioso, blanco, que me llega por las rodillas. Tal vez, un poco fresco para la época del año en la que estamos. ¡Pero para gustar hay que sufrir!
Adrián estaba muy guapo. Vestido totalmente con ropa vaquera azul. Me sonrió al verme y me dio dos besos, el segundo de ellos un pelín más largo. Luego su madre y su padre, que me saludaron con mucha efusividad. Qué simpáticos. Mis padres llegaron enseguida y los besos y abrazos se prolongaron. Los seis salimos al jardín.
¿Por qué siempre son los hombres los que preparan la paella de los domingos? Es una ley no escrita que se cumple una vez tras otra. Así que mi padre, Adrián y Arturo, su padre, se pusieron manos a la obra. Mientras, mi madre, Eva y yo nos encargamos del resto de cosas. Y entonces comenzó el bombardeo de preguntas. Parecía un concurso. Mi futura suegra preguntaba y yo respondía. ¿Cómo me iba en clase? ¿Qué quería estudiar cuando fuera mayor? ¿Qué pensaba de esto o de aquello?... y la pregunta clave. Llegó tras una sonrisilla maligna: ¿no hay ningún chico que te guste?
Mi madre y yo nos miramos antes de contestar. ¿Qué le decía yo a esta buena mujer? ¡Y delante de mi madre!
Dudé, tartamudeé y mentí: no. No había ningún chico que me gustara.
Creo que nadie me creyó. Además, mis mejillas me delataban. Pero al menos, en esta ocasión, me libré. El interrogatorio terminó porque los hombres nos llamaron: la comida estaba lista.
Me senté junto a Adrián. Era lo que llevaba esperando desde que llegaron. Había planteado inventarme cualquier excusa para que subiera a mi habitación. Pero hubiera sido gastar un cartucho demasiado pronto. Así que me aguanté las ganas de estar a solas con él. Teníamos que hablar. Pero aún no era el momento adecuado.
Es muy extraño estar al lado de la persona que te gusta y hacer como si nada. Nos rozamos un par de veces con los brazos y nuestras manos coincidieron por casualidad en la cestita de mimbre del pan. Fue un momento muy especial. Aunque parezca poca cosa, el simple contacto con sus dedos, me puso nerviosa y me provocó escalofríos. En ese instante, me entraron unas ganas enormes de besarle. Y creo que a él también le pasó. Pero nos contuvimos.
En la mitad de la comida descubrimos un nuevo método de contacto: por debajo de la mesa, con los pies. Hicimos “piececitos” un rato, hasta que le di sin querer una patada a su padre. ¡Que vergüenza! ¿Alguna vez se me curará el ser tan torpe? Creo que sé la respuesta. Por mi culpa, se nos cortó el rollo, aunque Adrián se estuvo riendo un buen rato.
A pesar de que es un chico bastante callado, y en ocasiones, excesivamente prudente y tímido, cuando sonríe se le ilumina la cara. Y si serio es guapo, riendo, es... perfecto.
Mis ganas de besarle aumentaban cada minuto y entonces ya no lo soporté más. Le propuse subir a mi habitación para que escuchara una canción que había descubierto hacía poco. Le hablé entusiasmada del “Solamente tú” de Pablo Alborán. Él accedió a subir a mi cuarto, pero cuando estábamos poniéndonos de pie, mi madre nos dijo que esperáramos, que el postre estaba listo: una mousse de limón que llevaba toda la mañana preparando.
Uff. Qué mala pata.
Le dije que no me apetecía pero insistió tanto que no nos quedó más remedio que quedarnos. ¡Vaya fastidio! ¡Yo quería otro postre!
Nos volvimos a sentar y aguardamos pacientes nuestro momento.
Aunque la mousse de limón estaba riquísima, deseaba con todas mis fuerzas que nos dieran permiso para levantarnos. Miré a mi madre a los ojos cuando me tomé el último trocito de postre y ésta hizo un gesto con la mano condescendiente. ¡Nos podíamos ir!
Casi agarro a Adrián por la mano, pero me controlé. Retiré la silla de la mesa con cuidado, me puse de pie despacio y sin mirar hacia atrás entré en la casa. Supuse que él vendría detrás de mí. Y así fue. Oía sus pasos cercanos. Hasta que llegó a mi altura y los dos caminamos hacia mi habitación.
Y de nuevo me puse nerviosa. Iba a estar a solas en mi cuarto con el chico que me gustaba. ¡Madre mía!
Afortunadamente, durante la mañana, previendo que podría pasar lo que estaba pasando, arreglé mi dormitorio. Todo estaba bien guardado y recogido. Incluso, olía a vainilla, gracias a una vela perfumada que encendí después de desayunar. El ambiente era ideal, pero yo estaba temblando. Y más cuando Adrián se sentó en mi cama. Sonrió, como él suele hacerlo y me invitó con la mano a que me sentara junto a él. Me hice un poco la remolona, pero terminé a su lado.
Sonriente, me preguntó por esa canción de la que le hablé. No sabía a qué se refería hasta que caí en la cuenta. Me incorporé y busqué en mi portátil el tema de Pablo Alborán. Play.
El piano sonaba y yo regresé a la cama con él. Sus ojos me miraban con dulzura. Me moría por besarle. El corazón me latía a mil por hora. Traté de disimular mi ansiedad y mi nerviosismo. Él parecía muy tranquilo. Como si estuviese acostumbrado a situaciones de ese tipo. Tomó la iniciativa y me puso una mano en la rodilla. Luego, se inclinó despacio y me acarició el pelo. Lo tenía muy cerca. Su rostro ya se encontraba a solo unos cuantos centímetros del mío. ¿Quería él ese beso tanto como yo?
Lo intuía. Lo sentía. Y lo experimenté. Sí, lo quería. Y fue muy bonito. Sentir de nuevo sus labios en los míos. Increíble. Me dejé llevar por sus besos, olvidándome de todo. No me importaba que mis padres estuviesen abajo con los suyos. Ni que fuéramos o no fuéramos novios. Solo me preocupaba una cosa: su boca, que danzaba con la mía en un baile continuo y preciso. Volaron los nervios, los miedos, la incertidumbre. Tenerle ahí, conmigo, era todo lo que pretendía. Lo que buscaba y había encontrado. ¿Magia? Sí era algo así como magia. Un sueño del que no quería despertar... pero del que desperté.
Un sonido, que me resultaba familiar, irrumpió en nuestra intimidad. Adrián tenía un mensaje en el móvil. ¡Qué oportuno!
Esto hizo que se detuviera aunque intenté persuadirlo para que se olvidara de él. Estábamos tan bien. Sin embargo, no tuve éxito en mis súplicas. Se disculpó y sacó su teléfono de uno de los bolsillo del pantalón. Resoplé al verlo leer aquel SMS. Como ayer, su expresión cambió. Y como ayer, me comentó que tenía que irse.
¡No! ¿Por qué?
No me dio explicaciones. Un último beso en la mejilla y adiós. Observé indignada como abría la puerta de mi habitación y se marchaba. ¡Qué rabia!
Estaba realmente enfadada. ¿Qué era tan importante para dejarme allí tirada? Cuánto misterio. Y no me gustaba nada.
Me levanté de la cama refunfuñando, apagué la música y bajé al jardín. Mis padres y los suyos seguían riendo y hablando de todo un poco. Yo ya no tenía ganas de reír. Me senté con ellos y aguanté impaciente a que Adrián se dignara a darme un buen motivo por el que se había marchado. Pero por más que miré mi móvil y revisé el ordenador durante toda la tarde, no recibí ni una sola respuesta.
¿Dónde se había metido este chico?
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Quierooo maaaaas!!! estoy enganchadaaaa! jajaja
ResponderEliminarcreo que el sms es de su ex,, lo descubriremos en el próximo capitulo!, que ya ai ganas, eres un crack ;)
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