Los acordes de una guitarra, suaves, mágicos, penetrantes, me hacen pensar en todo lo que hoy ha ocurrido. Abrazada a la almohada escucho música. Estoy destapada, no tengo frío, aunque todavía llevo los calcetines puestos. Los mismos calcetines que esta mañana se colorearon de verde por la hierba húmeda.
Amaneció nublado. Y justo cuando salí de casa para ir al instituto, comenzó a llover débilmente. Como siempre, no llevaba paraguas. Llegaría a clase con el pelo hecho un desastre. Aunque en esta ocasión no me importaba demasiado. Tenía muchas cosas en la cabeza como para preocuparme por mi peinado. Sin embargo, alguien se acercó por detrás hasta mí y me resguardó bajo su paraguas. Me quedé sorprendida cuando descubrí que aquella persona era Alicia.
Ella y yo no habíamos hablado desde ayer al salir de clase cuando le solté todas esas cosas. Ni por las redes sociales, ni por el Messenger, ni tampoco por SMS. Nada. Así que suponía que estábamos enfadadas. En cambio, la mirada de mi amiga era como si nada hubiera pasado entre nosotras. Y sonreía. Enseguida supe el motivo.
Lo primero que Ali me dijo era que no quería tener mal rollo conmigo y que me necesitaba. En silencio, la escuchaba atenta.
“Verás Laura. Yo sé como soy. No soy lista y a veces me llevo palos por ser tan ingenua. Me enamoro con mucha facilidad. Y creo que me ha vuelto a pasar. Aunque siento que esta vez es diferente. Me parece que me he pillado de Pablo.”
No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Hablaba en serio?
“Sé como es él. Y que cuando nos enrollamos tal vez solo me quería para eso. Lo ha hecho con otras chicas.”
¡Lo ha hecho conmigo! Estuve a punto de gritarle. Pero me contuve y seguí escuchando su historia.
“Ayer, por la tarde, me llamó y vino a mi casa. Sabía que estaba mal por lo que había pasado contigo en clase. Y no te voy a mentir, te pusimos verde los dos. Pero poco a poco, comprendimos que era normal que tú estuvieras enfadada.”
La lluvia caía con más fuerza a medida que nos acercábamos al instituto. Como las palabras de Alicia, que conforme más me contaba, más emoción contenían.
“Hablamos mucho. Toda la tarde, hasta que se hizo de noche. Yo pensaba que solo quería liarse conmigo y estaba esperando el momento oportuno. Pero sorprendentemente, no fue así. Se fue a su casa, sin ni siquiera intentarlo. Solo un beso en los labios de despedida. Me quedé... Vi a un Pablo diferente. No al de los últimos meses, sino a aquel chico que salía contigo. Te envidiaba cuando estabais juntos, porque pensaba que erais la pareja perfecta y que yo nunca podría tener algo así.”
Estábamos en la puerta del instituto. Alicia se paró y me miró a los ojos.
“Me gusta. Y puede que me estrelle porque, realmente, no estoy segura de que él quiera algo serio conmigo. Pero basta de que nosotras nos tiremos los trastos a la cabeza por los tíos. Si te molesta que lo intente con Pablo, pasaré de él.”
Lo decía de verdad. Sus palabras eran más sinceras que nunca. Hasta parecía más madura. Y yo, ¿qué podía contestarle?
Sabía que Pablo no era de fiar. Que lo más probable era que le hiciera daño. Conmigo había pasado lo mismo. Sin embargo, al ver como le brillaban los ojos y la forma en la que me lo contó, me hizo darme cuenta de que yo no era nadie para romper sus ilusiones y mucho menos para juzgarla. Así que sonreí, le di un beso en la mejilla y le respondí que la apoyaría en todo lo que decidiera. Con un abrazo bajo la lluvia, Alicia y yo firmamos la paz definitiva. Amigas para siempre.
Y de repente me sentí más aliviada, por una parte, aunque al mismo tiempo, me apetecía llorar. Había sufrido tanto en los últimos días. Las cosas con Alicia no habían dejado de complicarse una vez tras otra. Y ahora que lo habíamos arreglado, me invadía un extraño vacío por dentro. Un vacío que me angustiaba y me impedía estar bien. Sabía qué era lo que me aprisionaba. Sobre mi corazón pesaba todavía lo que había pasado con Adrián el día anterior.
En ese momento, como si me hubiera estado leyendo el pensamiento, surgió de alguna parte, el chico que me estaba volviendo loca en todos los sentimos. Adrián tampoco llevaba paraguas. Estaba empapado y las gotas de lluvia le resbalaban una tras otra por la cara. Alicia se apresuró a taparlo también pero él no quiso. Al contrario. Y sin que pudiera esperarlo, me cogió de la mano y tiró de mí en la dirección contraria al instituto. Alicia gritaba preguntando que a donde íbamos. Sin respuesta.
¡No tenía ni idea de que pretendía ni a donde me llevaba!
No reaccioné. Simplemente, me limité a caminar agarrada a su mano. Deprisa, demasiado deprisa. Tropezando. Resbalando. Pisando los charcos. Bañándonos en la lluvia. No sé cuanto recorrimos. Tampoco me preocupaba. Estaba tan sorprendida por lo que sucedía que ni siquiera podía pensar. Y mucho menos hablar.
Adrián sí que decía cosas.
“Lo nuestro ha sido complicado desde que nos conocimos. Siempre hemos ido cuesta arriba. Y unas veces por una cosa y otras veces por otra, no hemos logrado estar tranquilos. Pero ¿sabes?, creo que me he enamorado de ti.”
Era el día de las revelaciones. El día de las verdades absolutas. El día en el que el chico que me gustaba me estaba confesando su amor.
“Y te quiero. Lo sé. Leire me hizo dudar. Apareció de nuevo en mi vida. Y es verdad que ella lo era todo antes de que me cambiara de ciudad. Pero esta noche en la única que he pensado ha sido en ti.”
Entre gotas de lluvia y confesiones llegamos a una escalera. Hacía mucho que no iba a aquel lugar. A aquellos peldaños infinitos que llevaban a un parque lleno de nada: el parque de los cien escalones.
Subimos uno por uno. Adrián jadeaba por el esfuerzo, mientras continuaba hablando.
“Quiero que lo intentemos, Laura. Quiero ser tu novio. Que vayamos juntos al instituto, al cine, a comer. Quiero soñar contigo cada noche y que tú sueñes conmigo. Quiero verte cada día y saber que sonreirás porque me estás viendo a mí.”
Estaba convencida de que en cualquier momento me despertaría y descubriría que todo aquello era un sueño. No podía estar pasando de verdad. Era imposible que un chico me estuviera diciendo todo eso a mí.
Pero no estaba soñando. Lo comprobé cuando caí justo en el último escalón y sentí un punzante dolor en la rodilla. Adrián se agachó a mi lado y me dio un beso en la pierna. Luego me ayudó a levantarme y más despacio caminamos de la mano por el parque de los cien escalones.
“Te quiero, Laura”.
Y se detuvo.
Nos miramos fijamente. Yo estaba sin aliento. Apenas podía respirar, por los escalones, por la emoción, por la lluvia que me calaba, por todos esos días de tensión acumulada. En ese instante, Adrián sonrió. Se dio cuenta de lo que me pasaba. Estaba completamente bloqueada. Y me pidió que hiciera algo para lo que me había llevado hasta allí: ¡Gritar!
“Descubrí este parque la primera semana que llegué a esta ciudad. No fueron días sencillos. Después de clase, venía aquí y cuando no había nadie, gritaba. Me servía para desahogarme, para soltar todo lo que llevaba dentro. Para dejar escapar mi angustia. Creo que a ti te pasa algo parecido. Por eso te he traído hasta aquí. Para que grites y te desahogues... grita Laura.”
Pensé que se había vuelto loco. Sin embargo, sus ojos hablaban en serio. Me agarró con fuerza de la mano y me hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Luego volvió a pedirme que gritara en voz baja.
Y sin pensarlo más, grité. Todo lo fuerte que pude. Solté su mano, cerré los ojos y apreté los puños. Nunca había hecho nada semejante. Grité durante varios segundos sin parar. Sin complejos. Sin pensar que podía haber alguien mirando. Sin miedo. Y debo reconocer que fue como el antídoto a mis males. El mejor de los remedios. Nunca habría imaginado que gritar como una loca en medio de ninguna parte pudiera hacerme sentir tan bien.
Terminé cuando quedé exhausta.
Sin tiempo para reponerme, Adrián se inclinó sobre mí y me besó. Con tanta energía y tanta pasión, que caímos al césped mojado. Unidos, en uno solo.
Nos besamos bajo la lluvia. Rodamos acompasados girando sobre nuestros cuerpos. Y por primera vez desde hacía mucho tiempo, me sentí completamente liberada de problemas y tensiones. Era feliz.
El resto del día lo hemos pasado juntos. Hablando, riendo, disfrutando. Y discutiendo. Sí, también hemos discutido, aunque haya sido de broma y hayan venido reconciliaciones con besos.
Ya lo hemos decidido: vamos a probarnos como pareja a ver como funcionamos. Leire y Pablo son historia.
No sabemos qué nos deparará el futuro. Y tampoco queremos saberlo. Solo deseamos vivir el día a día uno al lado del otro. Intentando hacer las cosas bien y queriéndonos cada minuto un poquito más. Creo que será divertido.
Es un bonito final de historia, que a su vez, es el comienzo de otra. Una nueva aventura que no tengo ni idea de cómo acabará. Espero que se prolongue mucho. Y que ese chico que llegó hace poco a la ciudad y levantó tanto revuelo, se convierta en el chico de mi vida.
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Este finde me tengo que leer toda la historia entera, que me la he estado imprimiendo para leerla toda del tirón! Que ganas! Un beso.
ResponderEliminarOooooh Blueee! No lo había leído, ¡me encanta! :)
ResponderEliminarEspero que estés avanzando con "CC1B", ¡¡estamos DESEANDO leerlo!! :P Enhorabuenaaa ^^
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSolo dire una palabra:
ResponderEliminarALUCINANTE
Final feliz:D como siempre escribes historias que enganchan
ResponderEliminarPrecioso final, para una historia especial, gracias por lindas palabras.
ResponderEliminar[Te dejo mi blog, visíteme, me ha rías feliz x)]
----> http://tengountequieroparati.blogspot.com/
Que bonito!! Me encanta leer tus historias, son siempre tan maravillosas... Espero pronto poder leer algo más tuyo :)
ResponderEliminarAle.
Gran final, sin duda, debían terminar juntos. Había leído algunos capítulos, pero me los he vuelto a leer todos del tirón. Increíble. Casi sin pestañear. Eres enorme Blue, gracias por hacerme sonreír y soñar con cada uno de tus relatos.
ResponderEliminarUn beso.
LO AMEEEEEEE!
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