Sale de la ducha. Con una toalla azul, seca afanosa su pelo marrón oscuro. Lo tiene un poco más corto de lo que le gustaría. Pero ya crecerá. Sin embargo, su flequillo está perfecto. Lo sopla graciosa y, cuidadosamente, lo peina con las manos. Suave. Delicada. Está mojada. Decenas de pequeñas gotas de agua resbalan por su piel. Rápidas, traviesas, divertidas. Como la lluvia que se derrama en el cristal de la ventanilla de un tren.
Se pone un albornoz que deja abierto. Frente al espejo observa el canal que forman sus pechos. Más abajo, su vientre plano. Lo acaricia y juega con la idea de adornarlo con un piercing un día de éstos.
Sus ojos se centran ahora en su rostro. Es cierto lo que dicen. A veces, cuando te miras fijamente en un espejo no te reconoces. Es como ver a otra persona distinta. Alicia en el país de las Maravillas.
Entonces se gira. Pero de improvisto se vuelve, y se mira otra vez en el espejo. Sigue allí. Es la misma chica de antes. Sonríe y le saca la lengua. ¿Y un piercing en la lengua?
Se apoya sobre la punta de los pies e intenta ser más alta. Sube y baja. Sube y baja.
Un grito desde el salón y a continuación, el sonido de la puerta de la calle anuncian que sus padres se van a alguna parte. Se queda sola en casa.
Se asoma para cerciorarse. Luego los llama. Una, dos, tres veces. No hay respuesta. Sí, definitivamente está sola.
En silencio, se quita el albornoz. Ya está seca. Camina descalza y desnuda hasta su habitación. Le encanta andar sin ropa por la casa. Se siente libre. Excitada. Atrapada por una extraña sensualidad. Liberada.
Abre un cajón de la cómoda. Elige un sujetador rosa y un tanga a juego en el que se puede leer “Pink Panther”. Encima, un pijama del mismo color. Es temprano, ni tan siquiera ha anochecido, pero le apetece meterse en la cama y acurrucarse entre las sábanas. ¿Y si le llama?
Coge el teléfono y mientras marca su número lo canturrea en voz alta. Se lo sabe de memoria. Pero esta vez, él no contesta. Prueba una segunda vez. Mismo resultado.
Se desespera y se coloca la almohada sobre la cara.
¿Y ahora? No pasa nada. Ya hablarán. Aunque quizás esté en el MSN.
Se incorpora y alcanza su portátil. Lo abre esperanzada. Entra en la página como “no conectada”. Él no está. Resoplando cierra la sesión.
Está apunto de apagar el ordenador cuando recuerda que aún tiene una película por ver. Y es que le han hablado muy bien de “el curioso caso de Benjamín Button”. La busca en sus archivos. Ya está. Clic. Sube el volumen del reproductor y se tumba en el colchón boca abajo. Comienza.
La noche va cayendo. Pausadamente. Abril. Primavera. Los días van siendo cada vez más largos.
Una escena tras otra. Minutos de tensión. Sonrisas. Recuerdos. Desde hace unos meses cualquier cosa le recuerda a él. Una lágrima. ¿Una lágrima? Qué tonta. ¿Por qué se emociona así? Y otra conversación entre protagonistas que hace que piense en él. Otra lágrima. Y una más.
Entonces su teléfono suena. Se sobresalta. Es su melodía. La de su canción. Es él.
Pulsa el “pause” y contesta. Trata de disimular las lágrimas. La emoción. Pero es imposible. La conoce bien. Demasiado bien para saber que algo sucede. Y ella le cuenta todo. Habla de la película, de las más de dos horas que lleva viendo a Brad Pitt viviendo al revés. En la cantidad de ocasiones en que se ha acordado de él. De su historia. De su relación. Todas las veces en las que se ha visto reflejada. Y no puede evitar una lágrima más. Un susurro. Una palabra amable. Un “te quiero” al otro lado de la línea. Una sonrisa salada.
Pero todavía quedan veinticinco minutos de cinta. Ya la terminará otro día. Quiere hablar con él. Se muere por escuchar su voz. Por decirle mil veces más que le quiere. Pero el chico insiste en que la vea acabar. Él seguirá al teléfono, escuchándola. Cada minuto le dirá que la ama. Que la quiere como nadie nunca lo ha hecho y cómo nunca nadie lo hará.
Ella acepta. Play.
“El curioso caso de Benjamín Button” prosigue. Es preciosa. Y a pesar de que intenta evitarlo, continúan las lágrimas. Éstas conducen incluso a un llanto desconsolado en algunas escenas. Él la oye. Se conmueve. Es una de las cosas más increíbles que le han pasado. Ella llora al otro lado de la línea. Emocionada. Sorbe. Gime. Llora. Y sigue llorando. Y suspira. Y le contagia. Y él quiere llorar con ella. Y una lágrima resbala por su mejilla. Y un “te quiero” que se escapa. Y luego un “te amo”. Y quiere besarla. Y otro “te amo”. Se quieren. Se aman. Se desean.
Fin.
Ella sorbe. Luego ríe entre lágrimas. Qué tonta.
Él sorbe. Y ríe entre lágrimas. Le da las gracias.
Silencio.
Un “te quiero” al unísono les hace sonreír a ambos. Se aman. Lo saben. Y siempre tendrán presente aquella noche de abril.
Porque si reír con alguien es maravilloso, llorar con alguien es inolvidable.
miércoles, 5 de mayo de 2010
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parece que lo hubieras escrito para mi es algo casi identico, me encanta!
ResponderEliminarmuchos besos
Uf, me encanta, es precioso <3
ResponderEliminarMe encantan tanto tus entradas como el libro Canciones para Paula!
ResponderEliminarsigue asi porfavor =)
es impresionante :D
ResponderEliminarEncantador...
ResponderEliminarGracias por ilusionarnos con cada uno de tus textos...
Precioso, me ha encantado en serio (L)
ResponderEliminar(:
me encanta , es precioso ♥ :)
ResponderEliminarme encanta
ResponderEliminarComo... como lo haces?
ResponderEliminarSon perfectos, todos son perfectos!
Eres impresionante...
un beso.
impresionante
ResponderEliminaraixxx qé bonito :)
ResponderEliminarEs mágico, es bonito... es perfecto!
ResponderEliminarMuchas gracias por estas palabritas Blue.. es magnífico!! ^^
Un besin!
pero que cosa mas bella por favor!
ResponderEliminares preciosioso...es...es...es perfecto!
Blue sigue asi porque hay pocos chicos y pocas chias que aman y hablan del amor como tu lo haces...^^
un besiitO!
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