- Estoy cansada. Me has hecho correr mucho. No te ha valido con tenerme una hora de pie esperándote, que ahora además tengo que correr detrás tuyo.
- Sentémonos allí.
Es un banco vacío en una pequeña plazoleta con una fuente iluminada detrás. Se oye de fondo como caen los chorros de agua regando un fondo lleno de monedas.
Paula se sienta en el banco y cuando Ángel lo va a hacer a su lado pone la mano para evitarlo.
- Espera.
El joven no entiende que ocurre. ¿Se ha enfadado?
- ¿No quieres que me siente a tu lado?
- Desfila para mí.
Ángel no sabe si reírse o tomárselo a broma.
- ¿Lo dices en serio?
- ¿Tú ves que tenga cara de chiste? Desfila. Quiero comprobar si esas descripciones que hacías de ti mismo en el MSN eran ciertas.
El joven se echa a reír, pero acepta dándose por vencido.
- De acuerdo. Pero luego tú. ¿Vale? Promételo.
Paula acepta la condición. Cruza los dedos, les da un besito y lo promete.
Ángel se coloca enfrente y comienza a caminar en línea recta. No lo hace mal. Paula cruza las piernas y mira con atención.
- Chaqueta fuera – le dice.
Ángel se quita la chaqueta y se la cuelga de un hombro. Y continúa desfilando. Va y viene. Se acerca y se aleja. La luz que embellece la fuente lo ilumina. Paula no le quita el ojo de encima ni por un momento.
Finalmente el chico se detiene ante ella esperando el veredicto.
- ¿Y bien?
- Mmmm. Es cierto. Tienes los hombros anchos. Creo que sí, que mides metro ochenta y tres, como decías. Tampoco creo que me hayas mentido con el peso. Pero hay una cosa que decías en la que no estoy de acuerdo.
- ¿En cuál?- pregunta curioso.
- Tienes buen culo. No normal, como me decías. Me gusta.
Ángel no puede evitar una carcajada mientras se vuelve a acercar a Paula.
- Ahora tú. Lo prometiste.
- Espera. Aún no he terminado. Agáchate.
El joven suspira. No entiende, pero obedece. Tiene su cara justo enfrente de la de la chica.
- Mírame fijamente a los ojos.
Ambos sostienen la mirada unos segundos. Unos segundos larguísimos. Unos segundos sin fin.
- Sí. Son azules – dice ella por fin.
Pero sus miradas no se desvían. Siguen fijas el uno en el otro. Los ojos de cielo de Ángel. Los ojos color miel de Paula. Uno perdido en el otro.
- ¿Puedo pedirte algo? – pregunta Ángel.
Ella sonríe.
- No hace falta, amor. Puedes besarme.
Paula acerca sus labios a los de Ángel y los roza un instante con los suyos, para terminar dándole un primer beso rápido. Luego otro algo más largo y profundo. El tercero supera al segundo. Y así fue como con la luz de la luna en una noche despejada, con el ruido del agua de una fuente como banda sonora, Paula y Ángel se dieron su primer beso.
