martes, 25 de mayo de 2010

EL FINAL DE LOST: PREGUNTAS, OPINIONES E IDEAS

Hoy cambio drástico. Algo distinto a lo que estáis acostumbrados a leer de mí. Pero soy seguidor de Lost y quería dejar constancia de mi opinión después de ver el Final de la serie.

Ante todo aviso que este escrito contendrá spoilers. Así que si no has visto la serie completa y temes enterarte de algo, abandona esta lectura en este mismo instante.
Vamos por partes.
Perdidos es una gran serie. Una magnífica idea, con buenos actores a los que hemos conocido durante estos años, y con un escenario fantástico. La trama es intensa y la acción y los misterios muy interesantes. Incluso la banda sonora es magnífica. Pero como toda historia, sea película o libro, si no la completas, no sirve para nada. Y sintiéndolo mucho, creo que La Finale, con la resolución de los acontecimientos, es una tomadura de pelo para el espectador.
Y no porque queden cientos de cuestiones por resolver, que trataré más adelante, ni porque ese final sea un topicazo que muchos temían. Ni siquiera porque deje interpretaciones tan abiertas y distintas según sea la perspectiva de quien lo ve. El Final de Lost es un despropósito porque nada cuadra. Los guionistas no han hecho magia para que todo eso que habían inventado siga un hilo coherente. Sólo un mísero truco de feria. No hay un enlace entre esto y aquello. No han sabido hilvanar todo lo que han creado. Y si lo han hecho, nadie se han enterado. No encontrar razones, reales o ficticias, por las cuales te quede un mínimo aceptable sabor de boca. Y es triste, porque muy pocas series han trascendido tanto como Lost.

Todos muertos. ¿Desde cuándo? ¿Desde el accidente? ¿Es real todo lo que pasa entonces después? Y si es real, ¿cómo mueren Kate, Sawyer o Hurley? Son personajes lo suficientemente importantes como para saber que pasa con ellos.

Sinceramente, no tengo una teoría para el final. Ni una interpretación que encaje las piezas, ni tan siquiera un porqué místico. Es todo tan absurdo. Ni el mismísimo Lynch lo habría enmarañado tanto.



Algunas Preguntas que me quedan por contestar.

- ¿De dónde salen los osos polares? ¿Son parte del experimento de Dharma? ¿En uno de los cambios de lugares de la isla estuvo cerca del Polo? ¿Entonces cómo es posible que con el cambio de clima sigan vivos?
- ¿Michael y Walt no se suponen que también forman parte del “grupo”? ¿Por qué no están en la Iglesia?
- Si Jacob puede ir a donde quiere y cuando quiere, ¿por qué el humo negro no?
- Y hablando del Humo Negro, ¿Cómo se llama? ¿Y por qué se convierte en Humo negro cuando entra en la cueva y Jack, Hurley o Desmond no? ¿dónde cayó para que le pasara eso? Porque lo que se ve es una fuente de energía que tampoco se explica qué es y para qué sirve. Supuestamente, es lo que le da los poderes a la Isla, aunque no queda nada claro. ¿No es un poco “rudimentario” lo del tapón como si fuera un bidé?
- ¿Cómo llegó el barco “La Roca negra” al centro de la isla? ¿Tiene tanto poder la isla para hacer que un barco vuele?
- ¿Y Richard? ¿Qué ha sido de él? Desaparece en la última escena del avión.
- ¿Dónde está Eco?
- Si como algunos ha interpretado que toda la historia que se narra es la agonía de Jack, antes de morir después del accidente ¿qué pintan todos esos flasbacks con las vidas de los personajes?
- La sexta temporada describe la vida de los personajes diferentes a como eran en la vida del accidente. ¿Qué explicación tiene esto? ¿Cómo se dan cuenta de que están muertos? ¿Y el resto no sabe que ellos están muertos? Porque sale gente que se supone que no está muerta como el hermano de Charlie, las enfermeras, etc.
- Los números 4, 8, 15, 16, 23 y 42, ¿Qué papel real tienen? ¿Por qué los dice aquel pobre loco y después aparecen por todas partes¿ ¿Qué relación hay entre que sean los números de los últimos 6 candidatos, los números de la lotería de Hurley, los números que Desmond tiene que teclear o los números que hay inscritos en la cápsula?
- El papel que juega Wildmore, su hija y Desmond... cuanto menos es desconcertante. ¿qué quiere realmente Charles Wildmore? ¿Y esa pelea con Ben? ¿Es por la isla? ¿Pero para qué quieren la isla?
- Al comienzo de la sexta temporada aparece la Isla bajo el mar, ¿qué ha pasado si la isla no se ve en ningún momento que se destruya o se hunda?
- Y Hurley, ¿muere o no muere?
- ¿Dónde está el cadáver del padre de Jack? Una cosa es que el alma de la persona se vaya a otro lugar... pero que un cadáver desaparezca por arte de magia...
- Aarón... el hijo de Claire, ¿También muere? ¿Dónde? ¿No salió de la isla? ¿Por qué lo tiene en la Iglesia?
- ¿Y Vincent? ¿Los perros no van al cielo?
- La madre de Faraday ¿cómo sabe tanto? ¿También está muerta? ¿Y qué es lo que hace para que los Losties regresen a la isla? ¿Es bruja?
- ¿No es mucha casualidad lo de que Claire y Jack sean hermanastros?
- El hijo de Jack, ¿existe o no existe como afirma Locke? ¿Y la hija de Penny y Desmond dónde anda?
-¿Por qué tienen todos los ojos claros?



He vuelto a ver tres veces la última conversación de Jack con su padre. No hay quién la entienda. Lo que se supone que dice es que todos los que están allí están muertos y que se necesitan unos a otros para ir a otro lugar, para recordar y dejar atrás.
Interpretación: Esa vida (en la que están los que han muerto) es a la que vamos cuando morimos. Una especie de segunda fase. Gracias a que están todos juntos, pueden avanzar y vivir en una nueva vida mejor. O también se puede interpretar, como que esas personas que están allí son las personas que Jack tiene en su memoria, han existido y han estado con él en el momento más importante de su vida. Cuando muere, se las lleva con él, en su memoria, en su recuerdo y en su alma. Es como si el alma. El corazón o el cerebro de Jack se llevase los buenos recuerdos a otra vida después de muerto.

Resumen: Un grupo de personas, que no están pasando por un buen momento en su vida, tienen un accidente aéreo en una isla en la que el Bien y el Mal se pelean por el control. El representante del Bien, Jacob, que ha sido el que ha hecho que aquellas personas lleguen hasta allí, ve que se acerca su final y tiene que elegir a otro representante nuevo que impida que el mal se extienda y abandone la isla en la que está atrapado. Quizá a alguien que acabe con él. Parece que él mismo no puede hacerlo por algún motivo. Entonces comienza una especie de competición darwinista para saber quién es el candidato más fuerte. Cada pasajero del avión tiene su misión, aunque solamente uno será el que se quede al cuidado de la isla. Esa Isla tiene poderes sobrenaturales, y es un trofeo muy goloso, no solo para los representantes del Bien y el Mal, sino para los hombres poderosos que saben que allí pueden conseguir incluso la eternidad. Ben y Wildmore se pelean por ello. Es la mano del hombre, uno expulsado de allí y otro completamente integrado, pero los dos tienen como fin adueñarse de la isla.
Tras batallas, saltos en el tiempo, regresos y huidas, Jack es el candidato para hacer desaparecer al representante del mal. Para conseguirlo debe eliminar los poderes sobre naturales de la isla. Y la única forma de hacerlo es entrar en la cueva de energía del corazón de la misma. Desmond, que por algún motivo que tampoco se explica, es inmune al electromagnetismo que desprende esa luz, consigue desactivar el poder que tiene la isla y hace vulnerable al humo negro atrapado en el cuerpo de John Locke. Es el momento del Candidato para eliminar al representante del mal.
Pero la isla al dejar marchar su energía, al desactivar su fuente de poder, comienza a destruirse, algo que solo se evita colocando de nuevo el “tapón” que frena esa salida de energía electromagnética. Jack es el que coloca de nuevo la piedra en su sitio y salva la isla pero a cambio se sacrifica.
Es su muerte.
Cuando en la otra vida paralela, a la que van los muertos, descubre que ha fallecido, se reúne con sus amigos para emprender en otro lugar una nueva vida. Quizá el cielo, donde todos se necesitan para dejar atrás el pasado y afrontar una nueva etapa mejor.

Lo sé. Una rallada.

En fin. Sea lo que sea, aparte de un comecocos importante, deja un sabor de boca muy amargo. No sólo porque termina Lost, sino por cómo termina. Pero era previsible. No es fácil hacer la cuadratura del círculo.

martes, 18 de mayo de 2010

VIOLÍN

Abrió la puerta de la habitación y cogió su violín. Tal y como ponía en la nota. A continuación, se sentó en la cama y esperó acontecimientos.
Aún sentía el dulce sabor del chocolate en los labios.
Hacía un rato que había llegado a casa. Sin saber por qué, sus padres no estaban. Tampoco su hermano. La habían dejado sola esa tarde. Pero lo más extraño de todo fue que sobre la mesa del salón había aparecido un plato lleno de fruta, perfectamente cortada, cubierta con un exquisito chocolate. Todavía estaba caliente. Un papelito sobre la mesa escrito con rotulador de tinta azul la invitaba a que degustase tan extraordinario manjar. Ella obedeció. Comió, trocito a trocito, cada una de las frutas embadurnadas de cacao y azúcar, presa de una extraña sensación que la iba envolviendo. El calor poco a poco fue apoderándose de todo su cuerpo. Tanto que tuvo que quitarse el jersey. Había oído que la fruta con chocolate era el mejor de los afrodisíacos. Ahora lo estaba comprobando en su propia piel.
Una vez que concluyó la merienda, exhausta, se dirigió al cuarto de baño a lavarse las manos y la boca. Sentía que algo se apoderaba de ella. Calor, mucho calor. Pero antes de abrir el grifo del agua fría para refrescarse, observó un folio recortado y quemado por las cuatro esquinas, pegado en uno de los laterales del espejo. Sonrió. Una nueva sorpresa.



De nuevo la tinta azul. Otro mensaje. Debía entrar en su dormitorio, coger su violín y sentarse en la cama. No decía nada más.
Y así lo hizo. Movida por una extraña fuerza que la seducía. Se sentía atrapada, pero segura.
Fueron instantes en los que recordó lo que había pasado ayer en el instituto. Cuando en su clase entró un mensajero cargado con doce rosas rojas para ella. Nadie le había regalado nunca flores. Pasó vergüenza ante los vítores de todos, pero enseguida se sintió la chica más afortunada del mundo. ¿Qué sucedería ahora?
El sonido de su móvil la sobresaltó. No esperaba que la llamasen. Menos desde un número oculto. Dudó en responder pero finalmente lo hizo.

- ¿Si?
- Toca el violín. Hazlo para mí.

Reconoció su voz. Cómo no la iba a reconocer si llevaban más de tres meses hablando cada día. Horas y horas de risas, bromas, besos, sueños e ilusiones compartidas.
Pero la voz no dijo nada más.
No hacía falta. Confiaba en él. Más de lo que nunca había confiado en nadie.
Se echó el violín al hombro, ajustó las clavijas y colocó sutilmente el arco sobre las cuerdas. No sabía que tocar, pero rápidamente improvisó una pieza de Chaikovski. Magnetizada, se entregó a la música, pero cuanto más lo hacía más pensaba en él.
De repente, la puerta de su habitación se abrió. Y lo vio. Asombrada se detuvo boquiabierta mientras un escalofrío recorría su interior.

- Shhhh. No pares. Sigue tocando.

Nerviosa, le hizo caso. No se lo podía creer. Estaba allí, con ella. Donde tantas veces se habían imaginado juntos.
Él, caminó despacio hasta la cama y se situó detrás. Cerca, muy cerca.
La música continuaba invadiendo el dormitorio.
Él le apartó dulcemente el pelo que ocultaba su cuello y lo besó. Tiernamente. Ella sufrió un nuevo escalofrío y liberó un pequeño gemido.
Entonces el chico la abrazó por la cintura, subiéndole ligeramente la camiseta. La chica notó como sus dedos rozaban su abdomen. Jadeó temblorosa, pero no dejó de tocar el violín tal y como le había pedido.
Él percibió su excitación y sugerente, recorrió con sus manos su vientre y con sus labios buscó afanosamente los suyos. Juguetón, travieso, hasta que por fin, se unieron en un beso dulce y cálido. Con sabor a chocolate.
Lentamente se despegaron. Él acercó su boca a su oído y un último susurro fue el preludio de una apasionada tarde de amor, pasión y frenesí.

- Feliz día de San Valentín. Te quiero.

viernes, 14 de mayo de 2010

SERENDIPIA

Es una palabra que me gusta. La descubrí en aquella película de John Cusak Y Kate Beckinsale, en la que Jonathan y Sara porfían con el destino en busca del amor verdadero. Serendipity era el nombre de la cafetería en la que toman algo después de conocerse.
Una serendipia es una casualidad. Un guiño que nos hace el destino.
Pero...¿Exise realmente el destino? ¿Está escrito en algún sitio lo que te va a pasar? ¿Eres tú quién decide tu propio destino?



Yo creo en estas cosas. Quizá de una manera particular. Pero pienso que el destino existe. Hay personas que aparecen en nuestra vida por casualidad, por tremendas serendipias. Y qué importantes son. Existen los ángeles de la guarda. Los duendecillos malvados que te lo hacen todo más complicado. Las princesas que son brujas, y las brujas que luego resultan ser princesas. Los lobos y lobas que te intentan comer. En realidad la vida no es más que una extraña serendipia con personajes que se cruzan en tu camino.
Una simple casualidad. Un simple hecho anecdótico. Una simple jugada del destino, puede cambiar toda tu existencia. Pensadlo, porque quizás esté pasando en estos momentos.

EQUILIBRIO

Es mi misión en la vida. Encontrar el punto medio entre las cosas y a partir de ahí orientar el rumbo. Todo en esta vida tiene esa mitad que creo que es en la que nos debemos desenvolver. No creo en los extremos. Ni en el optimismo, ni en el pesimismo. Ni en los buenos ni en los malos. Creo en el equilibro y en la realidad, que unas veces es a favor y otras en contra.



Creo en la tolerancia, en el diálogo, en la palabra. No en los portazos, los silencios sin explicación y la tozudez. No creo en las escusas. Sí en el perdón y el arrepentimiento.
Puede que yo viva en un mundo imaginario, donde llegar hasta la cima de lo que busco sea una utopía. Tal vez lo sea. Pero creo en ello y aunque sea el único que piense así, moriré con mi idea del equilibrio y el punto intermedio de las cosas.

martes, 11 de mayo de 2010

MARZO

Sol de marzo. Suave, ligero, templado. Sol primaveral. Suficiente para broncear sus desnudos brazos.
Descansan, tumbados en el césped. Ella estudia. Él la observa. Frente a frente.
La brisa la despeina. Con un gesto sencillo, natural, aparta de su rostro un cabello desobediente. Aunque sus ojos no se despegan del cuaderno. Reflexiva. Inteligente. Decidida. Chasquea los dedos y escribe la solución.
Está enamorado. Le encanta mirarla. Es preciosa. Se la sabe de memoria. Cree conocer todos los rincones de su cuerpo. Sin embargo, cada día descubre algo distinto. Algo nuevo. Algo que la hace quererla aún más. Porque para ellos cada vez que la luna se acuesta es una primera vez.



A ella le entusiasma que la mire. Sonríe para sí. Está enamorada. Ya no puede vivir sin él. Sin su risas. Su aroma. Sus caricias. Es todo. Todo.
Aunque no hablen. Silencio. El silencio forma parte de su lenguaje. No necesitan obligarse a decir nada. Ya no. Escuchan a sus corazones. Con eso basta.
Ella juguetea con un bolígrafo en la boca. Él se muerde los labios, soñador. Imaginando cómo será la próxima vez. Ella lo sabe y se acomoda sobre sus codos regalándole una sensual visión de color rosa. Consciente. Él acepta el regalo, azorado, tímido, excitado. Disimulando. Como si no se conociesen. Como si jamás se hubieran visto desnudos. Como si fuese la primera vez.
Fingida ingenuidad. Inquietante. Provocadora.
Por fin, sus ojos se encuentran. Se sienten. Se comprenden. Se desean. Y es que no les hace falta palabras para decirse que se quieren.

lunes, 10 de mayo de 2010

ANGUSTIA

Le echa de menos. Hace dos horas que no sabe nada de él. Ya debería estar en casa. ¿Dónde se habrá metido?
La chica deambula de un lado para otro de la habitación. Nerviosa. Impaciente.
Quiere oír su voz. Lo llama. Tiene el móvil desconectado.
Suspira.
Empieza a sentir una angustia insoportable en el pecho. También en el estómago. Lo necesita. Ya. Necesita ver sus ojos azules mirándola. Necesita oír de sus labios un “te quiero”. Necesita apoyar su cabeza en su pecho y sonreír mientras le acaricia el pelo.
Se ha hecho de noche. ¿Y si está con otra?
No puede ser. Eso es imposible. Celos.
No se lo imagina con otra que no sea ella. Es... No. Él no es así. Pero, ¿y si...?
Angustia.

Recuerda la última vez que hablaron.

- Te quiero.
- Yo te quiero más.
- Ilusa. Sabes perfectamente que yo te quiero muchísimo más.
- Tonterías
- ¿Me estás llamando tonto?
- Por supuesto. Yo te quiero más. Y pienso más en ti.
- Ni en sueños.
- Capullo.

Entonces ambos ríen y se dan un beso a través de la línea.

- Hagamos una cosa.
- Ahora no puedo satisfacerte, cariño. Está mi madre en la habitación de al lado.
- Qué tonta. ¡No es eso!

Ella ríe.

- Perdona, era una broma. ¿Qué quieres que hagamos?
- Mira. Cada minuto que uno piense en el otro, dibuja una rayita.
- ¿Cómo?
- Pues eso. Coges un cuaderno y un bolígrafo. Y cada vez que pienses en mí, haces una raya. Sólo vale una por minuto.
- Es extraño... pero me gusta la idea.
- ¿Si?
- Sí. Así demostraré que yo te quiero mucho más.
- Ya veremos.



La chica suspira. Piensa en él. Traza una nueva rayita en una pequeña libreta con un bolígrafo azul. Las cuenta. Setenta y tres.
Sigue sin venir. Sin llamar. Preocupación, pero también inquietud. Y celos. Trabaja con una chica muy guapa. Sí. Más que ella. Él dice, que ni se ha fijado. Seguro que no es verdad.
¿Por qué no está ya en casa?
Otra rayita. Setenta y cuatro.
¿Y si está con ésa?
Suena el móvil. No es él, no es su sintonía. Número oculto. Frunce el ceño y responde.
Sólo asiente con la cabeza a lo que una voz desconocida le pregunta. Por fin, le sueltan la noticia. Tiene que ir urgentemente al hospital. Ya sólo oye palabras aisladas entre el desconcierto y la confusión de su mente. Accidente. Atropello. Sangre. Contusiones.
Rápidamente, sale de casa. No dice nada. Sólo corre. Para al primer taxi que ve. El tiempo se hace eterno. Las luces de la noche la ciegan. No comprende. No entiende nada. Por qué a él. Por qué a ella. Baja del coche. Corre. Entra en un gran edificio. Pregunta en recepción a una mujer mayor que le atiende con indiferencia. Habitación 1151. Pero no puede entrar. Debe esperar. No hace caso. El ascensor no llega. Sube por las escaleras. Deprisa. Tropieza. Continúa. Choca con alguien que lleva una bata blanca. No ve. No oye. No respira. ¿Dónde está él? ¿Por qué a ellos?
Llega a la planta. Enfermos. Sillas de ruedas. Gente con lágrimas en los ojos. Médicos. Enfermeras de bonitas piernas. Carteles y más carteles. ¿Y él?
Doctor. ¿Dónde puede encontrarlo? Más palabras sueltas. Grave. Estable. Operación. Duerme. Tranquilidad.
Se sienta y espera.
Pasan los minutos. Las horas. Una enfermera le trae un café con un tranquilizante. Luego otro café. Y la noche que se muere. El sol nace un día más. Tímido, pero seguro de sí mismo.
Por fin, llegan noticias. Está dormido, pero puede verlo.
La chica entra en la habitación. Allí está. Tumbado. Indefenso. Repleto de extraños tubos que van y vienen de alguna parte.
Se acerca. Tiembla.
Las lágrimas caen rompiéndose en el suelo frío de la habitación. Impoluta. Desplegando ese espantoso olor a limpio.
Pregunta que si puede tocarle. La enfermera asiente.
Le coge de la mano. Él no lo nota. La acaricia. La besa. Le habla. Él no la oye.
Entonces lo descubre. La manga de aquel pijama que le han puesto se desliza por su brazo derecho. No puede ser. La chica remanga también el izquierdo. ¡Dios mío!
Tiene los brazos lleno de rayitas. Decenas de rayitas. Minutos en los que pensó en ella.
La enfermera la observa. Ha oído algo en el quirófano.

- Los doctores no entienden que son esas líneas que tiene pintadas en los brazos. Además, llevaba un bolígrafo azul en la mano derecha en el momento en el que lo atropellaron. No lo soltó ni en el instante del impacto.

La chica sonríe entre lágrimas. Lágrimas que mojan sus brazos. Brazos que reflejan el amor que él siente por ella. Ella que cuenta una por una todas esas líneas azules. Azules, como sus ojos. Sus ojos que se abren. Se abren por primera vez. Por primera vez desde que aquel coche impactó con su cuerpo justo en el instante en el que trazaba una nueva rayita.

- Ciento quince.

Murmura. Sonríe. Débil.
Ella se sorprende. Está ahí. Llora. Desconsolada. Pensaba que nunca más lo escucharía. Que jamás volvería a oír su voz. Da gracias a un Dios en el que siempre dice no creer. Y le besa. Las manos, los brazos, los labios. Despacio. Pero como nunca. Le ama.
Y aunque él ha pensado más en ella que ella en él, está feliz, muy feliz. Tiene la oportunidad de la revancha y ganará. Porque ni un minuto más en su vida, dejará de pensar en él.

miércoles, 5 de mayo de 2010

PELÍCULA

Sale de la ducha. Con una toalla azul, seca afanosa su pelo marrón oscuro. Lo tiene un poco más corto de lo que le gustaría. Pero ya crecerá. Sin embargo, su flequillo está perfecto. Lo sopla graciosa y, cuidadosamente, lo peina con las manos. Suave. Delicada. Está mojada. Decenas de pequeñas gotas de agua resbalan por su piel. Rápidas, traviesas, divertidas. Como la lluvia que se derrama en el cristal de la ventanilla de un tren.

Se pone un albornoz que deja abierto. Frente al espejo observa el canal que forman sus pechos. Más abajo, su vientre plano. Lo acaricia y juega con la idea de adornarlo con un piercing un día de éstos.
Sus ojos se centran ahora en su rostro. Es cierto lo que dicen. A veces, cuando te miras fijamente en un espejo no te reconoces. Es como ver a otra persona distinta. Alicia en el país de las Maravillas.
Entonces se gira. Pero de improvisto se vuelve, y se mira otra vez en el espejo. Sigue allí. Es la misma chica de antes. Sonríe y le saca la lengua. ¿Y un piercing en la lengua?
Se apoya sobre la punta de los pies e intenta ser más alta. Sube y baja. Sube y baja.

Un grito desde el salón y a continuación, el sonido de la puerta de la calle anuncian que sus padres se van a alguna parte. Se queda sola en casa.
Se asoma para cerciorarse. Luego los llama. Una, dos, tres veces. No hay respuesta. Sí, definitivamente está sola.
En silencio, se quita el albornoz. Ya está seca. Camina descalza y desnuda hasta su habitación. Le encanta andar sin ropa por la casa. Se siente libre. Excitada. Atrapada por una extraña sensualidad. Liberada.
Abre un cajón de la cómoda. Elige un sujetador rosa y un tanga a juego en el que se puede leer “Pink Panther”. Encima, un pijama del mismo color. Es temprano, ni tan siquiera ha anochecido, pero le apetece meterse en la cama y acurrucarse entre las sábanas. ¿Y si le llama?



Coge el teléfono y mientras marca su número lo canturrea en voz alta. Se lo sabe de memoria. Pero esta vez, él no contesta. Prueba una segunda vez. Mismo resultado.
Se desespera y se coloca la almohada sobre la cara.
¿Y ahora? No pasa nada. Ya hablarán. Aunque quizás esté en el MSN.
Se incorpora y alcanza su portátil. Lo abre esperanzada. Entra en la página como “no conectada”. Él no está. Resoplando cierra la sesión.
Está apunto de apagar el ordenador cuando recuerda que aún tiene una película por ver. Y es que le han hablado muy bien de “el curioso caso de Benjamín Button”. La busca en sus archivos. Ya está. Clic. Sube el volumen del reproductor y se tumba en el colchón boca abajo. Comienza.

La noche va cayendo. Pausadamente. Abril. Primavera. Los días van siendo cada vez más largos.
Una escena tras otra. Minutos de tensión. Sonrisas. Recuerdos. Desde hace unos meses cualquier cosa le recuerda a él. Una lágrima. ¿Una lágrima? Qué tonta. ¿Por qué se emociona así? Y otra conversación entre protagonistas que hace que piense en él. Otra lágrima. Y una más.
Entonces su teléfono suena. Se sobresalta. Es su melodía. La de su canción. Es él.
Pulsa el “pause” y contesta. Trata de disimular las lágrimas. La emoción. Pero es imposible. La conoce bien. Demasiado bien para saber que algo sucede. Y ella le cuenta todo. Habla de la película, de las más de dos horas que lleva viendo a Brad Pitt viviendo al revés. En la cantidad de ocasiones en que se ha acordado de él. De su historia. De su relación. Todas las veces en las que se ha visto reflejada. Y no puede evitar una lágrima más. Un susurro. Una palabra amable. Un “te quiero” al otro lado de la línea. Una sonrisa salada.
Pero todavía quedan veinticinco minutos de cinta. Ya la terminará otro día. Quiere hablar con él. Se muere por escuchar su voz. Por decirle mil veces más que le quiere. Pero el chico insiste en que la vea acabar. Él seguirá al teléfono, escuchándola. Cada minuto le dirá que la ama. Que la quiere como nadie nunca lo ha hecho y cómo nunca nadie lo hará.
Ella acepta. Play.

“El curioso caso de Benjamín Button” prosigue. Es preciosa. Y a pesar de que intenta evitarlo, continúan las lágrimas. Éstas conducen incluso a un llanto desconsolado en algunas escenas. Él la oye. Se conmueve. Es una de las cosas más increíbles que le han pasado. Ella llora al otro lado de la línea. Emocionada. Sorbe. Gime. Llora. Y sigue llorando. Y suspira. Y le contagia. Y él quiere llorar con ella. Y una lágrima resbala por su mejilla. Y un “te quiero” que se escapa. Y luego un “te amo”. Y quiere besarla. Y otro “te amo”. Se quieren. Se aman. Se desean.
Fin.
Ella sorbe. Luego ríe entre lágrimas. Qué tonta.
Él sorbe. Y ríe entre lágrimas. Le da las gracias.
Silencio.
Un “te quiero” al unísono les hace sonreír a ambos. Se aman. Lo saben. Y siempre tendrán presente aquella noche de abril.
Porque si reír con alguien es maravilloso, llorar con alguien es inolvidable.

lunes, 3 de mayo de 2010

DESTINO

¿Es a mí? No puede ser. Esa chica me está mirando. ¿Cómo me va a mirar a mí? ¡Si es preciosa! Me habrá confundido con otro.
Sonríe. ¿Quiere que vaya? ¿Allí, junto a ella?
Sigo creyendo que se ha equivocado de persona. Tengo un rostro común. Demasiado común. Ni alto, ni bajo. Ni gordo, ni flaco. No soy un tipo musculoso, ni tampoco muy inteligente. No soy nada especial. ¿Para qué querrá que acuda a su lado?
Quizá quiera preguntarme algo. O pedirme fuego. Se llevará un chasco, no fumo. ¿Por qué estoy tan nervioso? Sí, lo sé. Por mi timidez, siempre he sido un desastre con las chicas. Un mayúsculo desastre. Cada vez que tengo que hablar con alguna me sonrojo. Ir con las mejillas sonrosadas por la vida no es precisamente cómodo. Y lo del temblor en las piernas y en la voz, es crónico.
¿Qué querrá? ¿Me acerco? O miro hacia otro lado y salgo corriendo a la de tres.
Venga, échale valor. Los valientes son los que triunfan, ¿no? No pierdes nada por ir. ¿O sí? La autoestima, tal vez, si se ríe de ti. Las heridas del pasado están bien sanadas, pero me da miedo quitarme las tiritas.
¿Sigue observándome? Sí. Y sonriendo. Me suena su camiseta. ¿Dónde la he visto antes?
Va, voy. Quizá le guste. Aunque eso suena a milagro.
No camines deprisa que parezca que estás desesperado por llegar hasta ella. Ni tampoco muy lento, no eres un pasota, ni un sobrado. Así, tranquilo. Tranquilo, muchacho.



Vaya, de cerca es todavía más bonita. Qué ojos castaños más expresivos. Y sus dientes, perfectos. Me encanta su pelo por los hombros, moreno, suelto, brillante.

- Hola.

Guau, que voz tan encantadora. Qué calor tengo. No, los colores no. Me arden los pómulos. Debo ser un tomate con zapatos negros.

- Hola

Bien. Bien. No ha estado mal. ¿Qué digo? Si sólo ha sido un simple “hola”. Deliro. Pero para ser un sencillo saludo ha sonado bien. ¿Por qué pienso tan deprisa? Son los nervios. Tranquilo.

- ¿Sabes quién soy?

No fastidies. ¿La conozco? ¿De qué? Si la hubiese visto antes me acordaría. ¿No será alguna ex? ¿Un rollo de una noche? ¡Qué dices! Si no te has comido un rosco en tu vida. Tiene que ser alguna amiga de la infancia. No. No la recuerdo de nada. Sólo me es familiar esa camiseta. La de los tres corazones. ¿Dónde la he visto antes?

- Perdona, no. No sé quien eres.
- ¿No?

Ya has metido la pata. Ha dejado de sonreír. Qué estúpido. Una chica que me habla y no me acuerdo de ella. Pero, ¿quién es?

- No. Lo siento. ¿Quién eres?

Uff. Estoy ardiendo. Lo noto en mi cara. Y en los ojos que empiezan a estar cargados.

- Soy Paula. Tu destino.

Y vuelve a sonreír. Y yo con ella.
Ahora sé quien es. Ahora lo he comprendido. Ya no tengo calor, ni estoy rojo. Sólo feliz. Una alegría que me rebosa por todos los poros de la piel.

- Ya sé quien eres. Encantado.
- Igualmente.

Una hoja de papel impulsada por el viento cruza por delante nuestra. Es la primera página de un periódico de hoy. Tres de junio.
La fecha en la que conocí a mi destino.

domingo, 2 de mayo de 2010

ELLA

Paseo. De un lado para otro. Recorro el mismo camino una y otra vez. Sin luces. Sin sonidos. Sin propósitos. No tengo ganas de masticar la realidad. ¿Para qué? Y es que desde hace un tiempo no soy capaz de sacarte de mi pensamiento. Estás en mí. Simplemente eso. Has llegado cuando menos lo esperaba. Y ahora es que la vida no tiene sentido sin ti. Eres en lo primero que pienso cuando me despierto. Y tu voz es la antesala de mis sueños. Sí, también estás en mis sueños. ¿No lo sabías?
Tú eres ella. Había pensado mucho en ti y ni siquiera te había conocido. Ni tenías rostro, ni jamás imaginé que yo mereciera a alguien como tú. Pero el destino es así de caprichoso. Nos une a su antojo. Y entonces va y decide que un día cualquiera nos crucemos. ¿Casualidad? Puede ser. Pero lo cierto es que enseguida conectamos.
Es curioso esto de vivir. Con todas las personas que hay en el planeta y aparece de la nada mi alma gemela. Y además, me enamoro de ella y soy correspondido. Qué más puedo pedir.
Cada vez que escribo tú eres la nota inspiradora. Esa musa de la que tanto hablo. Sin ti, ya no habría palabras. Sería imposible trazar dos frases seguidas con sentido. Te has convertido en la melodía de mis canciones. La música tiene tu nombre escrito.
¿Te das cuenta? Tú sola has cambiado el mundo. Al menos, el mío. Porque mi mundo eres tú.



Y aunque no me veas nervioso en estas letras, lo estoy. Nunca dejo de estarlo. Es un cosquilleo permanente. No sólo eso. Me gustaría que pusieras tu mano en mi pecho y comprobaras lo rápido que late mi corazón. Y es por ti. Solamente, por ti. Y sonrío. Y me sonrojo. Y cuando te escucho decir que me quieres me inunda tal felicidad que me entran ganas de llorar. Como aquel día. ¿Lo recuerdas? Era la primera vez en mi vida que lloraba de alegría. Derramamos lágrimas juntos, como dos críos. Y nos reíamos mientras sorbíamos por la nariz.
Lo mejor de todo, es que esto acaba de empezar. Sólo es el principio del camino. Y no te dejaré sola, sino que andaremos juntos. De la mano. O abrazados. Y cuando te mire a los ojos te repetiré una y otra vez que eres mía. Y que soy tuyo. Y que aunque sólo se viva una vez, como tú siempre dices, mi vida sólo es una excusa para amarte.

sábado, 1 de mayo de 2010

VEN

Ven. Entra despacito. No lo dudes, sin miedo, estoy aquí. Cierra los ojos. Ahora ábrelos. Mírame. Dibuja esa sonrisa que me gusta tanto. Sí, esa que te ilumina la cara. Esa que te hace ser la chica más guapa del planeta. ¿Sabes que te quiero?
Ven. Es un placer que te sientes a mi lado. Que rocen nuestros cuerpos, cálidos. Que me cojas la mano. Que juguemos con los dedos. Adoro sentirme tan cerca de ti. Parece como si nuestros corazones latiesen al mismo tiempo. En la misma melodía de amor. ¿Los oyes?
Ven. Entrelaza tus piernas con las mías. Átame a ti. Cierra el candado que une nuestros cuerpos. No te separes nunca de mí. Eres todo, lo que siembre quise. Eres la única verdad. La canción de mi vida. Las palabras del poeta en primavera. ¿Te puedo besar?



Ven. Permite que pruebe tus labios. Que averigüe a que sabe tu boca. Cierra otra vez los ojos. Déjate llevar. Lento. Muy lento. Poco a poco. Deslizándonos uno dentro de la ropa del otro. Suspiras. Escribe tus deseos en mi piel. Me vuelvo loco. ¿Esto es el infinito?
Te vas. Lo comprendo. Tu tren. No, no son lágrimas. Es la lluvia la que baña mi mejilla. La pena va por dentro. No dejaré que mi dolor te hable. No tienes que saber que me muero cuando no estás. Soñaré contigo una vez más. Te espero en mi próximo sueño. ¿Cuándo volverás?
Te quiero.

697

¿Cuánto tiempo llevaban sir verse? Un año, diez meses, dos días y quince horas. Miró el reloj. Sí. Y cuarenta y siete minutos. Demasiado. No comprendía como podía soportar la distancia que los separaba.
Ángela suspiró profundamente y siguió caminando. Pensaba en él. En su graciosa manera de pronunciar las eses, en como aguantaba las lágrimas en las películas romanticonas, en sus fuertes bíceps que le permitían alzarla por los aires. En su pelo negro y sus ojos verdes.
Pero aquella imagen era cada vez más débil. Borrosa. Y aunque se había prometido así misma no olvidarle jamás, aquellos 697 días comenzaban a convertirse en una eternidad. En un horizonte de recuerdos.
Dos lágrimas cayeron por su mejilla. Qué tonta.
No iba a llorar. Esta vez no. Se restregó los ojos con la manga del suéter y esbozó la mejor de sus sonrisas.



Continuó andando. A lo lejos, en una esquina, justo en la puerta de su casa, dos desconocidos daban rienda suelta a su amor. Abrazados, se besaban. Ella, joven, preciosa, le rodeaba la cintura. Él, esbelto, guapo, le pasaba suavemente la mano por su rubio cabello. Una bonita pareja. Como la que ellos formaron una vez. Justo antes de que Raúl se tuviera que marchar a más de 6000 kilómetros de distancia.
Ángela perdió la apuesta con las lágrimas y entró en el edificio desconsolada.
Pero entonces lo vio. Sentado en el primer peldaño de la escalera, estaba él. Con una gran sonrisa. Su pelo negro y sus ojos verdes. Ángela se lanzó a sus brazos y rompió a llorar. De alegría, de angustia, de esperarle, de quererle, de amor. De felicidad. De saber que pese a la distancia y los 697 días sin verle, lo amaba igual que la primera vez que se dijeron “te quiero”.

NUESTRO PRIMER BESO

Lo recuerdo todo como si fuera ayer. Las velas, la tarta, aquellos sombreros tan ridículos que llevaban todos, las bromas por hacerme más vieja... Mi decimoquinto aniversario. Recuerdo como la luz se apagó en un momento de la noche y todos comenzaron a cantarme el “cumpleaños feliz”. Me emocioné. Me sentía especial.
Y entonces, en un pasillo improvisado de cómplices amigos, apareciste tú. No ibas solo, tenías a “Tutti” entre tus brazos. Se me saltaron las lágrimas cuando vi a aquel conejo pequeñito con sus orejas blanquitas echadas hacia atrás adormilado contra tu pecho. Me lo entregaste con una sonrisa preciosa y lo acurruqué.
No hacía mucho que nos acabábamos de conocer. Eras el nuevo del cole, y sin embargo, en pocos días te cogí mucho cariño. Bueno, para que engañarnos. Me enamoré de ti desde la primera vez que te vi. De pie, tímido, mirando a un lado y a otro, asustado. Quizás esa fragilidad inocente fue la que me hizo acercarme a ti y preguntarte tu nombre. Tartamudeaste, pero me hiciste reír. Y te invité a que te sentaras en la mesa libre que estaba a mi lado.
Cruzábamos miradas. De vez en cuando notaba como me observabas disimulando. Sonreía para mí y saboreaba esa sensación. Y en cuanto podía y te veía distraído, me rendía ante tus ojos azules. Creo que no te dabas cuenta de nada.
El día de mi cumpleaños me sentía más guapa. Me madre me había regalado un vestido nuevo negro con el que parecía más mayor. Y sobre todo, hacía dos días que ya no llevaba el horrible aparato dental. Podía sonreír sin temor.



Después de soplar las velas, todos se empeñaron en que jugásemos a la ruleta del beso. No sabía que habían planeado dejarnos a solas. Giré la botella y te señaló. Me puse rojísima. Y tú blanco.
Entonces, nuestros amigos, nos obligaron a encerrarnos en mi cuarto.
Pasé muchos nervioso. Me sudaban las manos. El vestido ni siquiera estaba en su sitio. Me senté en la cama y te contemplé dubitativo. Te dije que si no querías hacerlo, que no pasaba nada. Mentiríamos.
Y fue cuando me confesaste que nunca habías besado a una chica.
Sonreí. Me sentí feliz.
Me levanté, te cogí de la mano y te invité a que te sentaras junto a mí en la cama.
Y fue cuando te confesé que yo tampoco lo había hecho.
Sonreíste.
Temblorosos, aproximamos nuestros rostros y con cierta torpeza unimos nuestros labios.
Hoy diez años más tarde, celebramos mi veinticinco aniversario. Pero sobre todo celebramos juntos que hace diez años que nos dimos nuestro primer beso.

AÚN HUELE A LLUVIA

Aún huele a lluvia.

El césped mojado se hunde con cada una de sus pisadas. Pies de hierba, pies de barro.
La luna llena se deja ver. Tímida y silenciosa. Rodeada por una fina aureola de misterio.
Caminan de la mano. Sonrientes. Ella se queja de sus rizos. Él bromea con ellos, ensortijándolos más. Le gusta ese aspecto salvaje que toman sus cabellos cuando sienten la humedad. Hacen contraste con su rostro todavía de niña. Su piel es suave, sus ojos enormes, sus labios carnosos. Su cuerpo indefinido.
Chica de quince primaveras. Soñadora. Extrovertida. Sincera. Atrevida. Y enamorada.
Sí. Enamorada. No le importa lo que digan. No es demasiado joven. No es demasiado pronto. No existen edades para amarse. Ni parámetros, ni condiciones. Sólo personas, sólo corazones, sólo sentimientos. Sólo ella y él.

Aún huele a lluvia.

Y un beso en la noche. Dulce, improvisado. Otro. Caprichoso, diferente. Y otro. Profundo, embaucador. Otro más. Esperado, lascivo. Otro más. Otro. Otro. Otro más.
El deseo se va apoderando de ellos. Frágiles marionetas de la pasión. Calor a siete grados centígrados.
Se miran. A veces, las palabras sobran. Basta que hablen los ojos.
Se comprenden. Entienden sus emociones. Sus ganas. Él las de ella y ella las de él.
Buscan hasta encontrar cobijo. No es muy romántico. No es la habitación de un lujoso hotel. Ni siquiera es el sillón de uno de esos reservados de discoteca. Ni el asiento trasero del coche.
Él la consulta con un nueva mirada. Ella sonríe. Y de la mano entran.
¿Señoras o caballeros? Señoras. Seguro que está más aseado.
Entre besos y caricias logran poner el pequeño cerrojo.
Botones que se desabrochan. Prendas que caen abandonadas al suelo. Cremalleras abiertas.



La chica tiembla. Nerviosa. Excitada. La mano del chico desaparece bajo su ropa interior rosa y negra. Ella la siente. Jadea. Lentamente. Luego más rápido. Un beso contiene un primer grito. El segundo se escapa. Sin temor. Sin rubor. Un tercero es inevitable cuando él se inclina y encuentra con la lengua su rincón más escondido. Triángulo del deseo. Ella cierra los ojos. Se apoya con fuerza contra la pared. Gime acompasada. Qué sensación. Placer. Aguanta lo que puede, hasta que no lo resiste más. Sucede.
Sin demorarse ni un segundo, decide que es su turno. Ahora es ella la que se inclina en aquel pequeño cubículo. Ella es la que manda y ordena. La que prueba. Y él se deja hacer. Confía en sus manos, en su boca. Una mirada cómplice. Está excitado. Cada vez más. Y más. Ella le lleva al mismo cielo. Más.
Pero no quiere que se termine ahí. La ayuda a incorporarse. Con su rodilla roza sus muslos, invitándolos a abrirse. Y se abren. Uno enfrente del otro. Desnudos. Uno dentro del otro. Inquietos. Unen sus labios. Jadean. Sienten. Jadean. Más sueltos, más confiados, más hábiles. Como si aquel pequeño cuarto semi oscuro fuera el lecho de cada día.
Aceleran el ritmo. Todo se hace mayor. Crece la intensidad. El fuego. La agitación. El morbo. Aumentan los gemidos que terminan en una fuente de gritos incontrolables. Como un río que se desborda. Como la espuma saliendo de la botella de champagne. Suspiros.
Beso en los labios. Sonrisa. Se visten. Vuelta a la normalidad.
Con disimulo, salen del nido. Nadie los ve.
Enamorados. Capaces. Atrevidos. ¿Y por qué no?
Y cuando regresan a la noche, aún huele a lluvia.

ME PRESENTO

Hola a todos los que os paséis por este blog y leáis mis textos. Mi nombre es Francisco de Paula Fernández, en estos mundos de Internet, Blue Jeans. Tal vez os suene. Sí, soy el autor de Canciones para Paula, la novela editada por Everest.


En esta página escribiré cuando necesite hacerlo. Bien por una idea que se me ocurra, bien porque me apetezca expresar un sentimiento, bien por diversión. Además, expondré alguno de mis textos que circulan por la red. Poco a poco, sin agobios y cuando el tiempo y la palabra lo requieran.

Espero que os guste y que forméis parte de este rinconcito azul.

Si más, como siempre, me despido. Pasen y vean.